Si señor, yo tenía una enorme necesidad de controlar todo a mi alrededor, pero de verdad toooooodo.
Estamos hablando de, desde el clima hasta las respiraciones de la humanidad entera.
Como te podrás imaginar, vivía en un grito, porque hay cosas, mis queridos controladores que me están leyendo, que son imposibles de controlar.
Es más, todo lo que está afuera de ti, es imposible de controlar, punto.
Así que, para vivir un poco más en paz, mi terapeuta me recomendó soltar. Ajá, soltar, deslindar, liberar, desapegarme, etc.
Por supuestísimo que no tenía la más remota idea de como se hacia eso y además de sólo pensarlo me daba terror en episodios.
Yo estaba cien por ciento segura que nadie pero absolutamente nadie en el universo podía hacer las cosas como yo las hacia y si yo no estaba involucrada hasta en el más mínimo detalle de lo que fuera, todos los males más espantosos podían recaer en la humanidad. Por que yoooooo era, ni más ni menos, que la salvadora de los pueblos.
Así de soberbia.
Pero como estaba agotada de cargar la capa de super héroe hice a un lado el miedo y comencé a buscar la manera de soltar.
¿Y sabes que descubrí?
Que para soltar hay que confiar.
Confiar en el proceso de la vida, en el movimiento natural que tiene el día a día, pero sobre todo, confiar en que todo, absolutamente todo lo que pasa en mi vida es siempre para mi mayor bien si yo así lo decido.
Ese es el asunto, necesitas confianza.
La misma confianza que tienen los árboles cuando sueltan sus hojas con la completa certeza que la primavera les traerá un follaje nuevo y hermoso.
Por eso quiero compartir contigo este hermoso escrito de José María Toro para que tú como yo, puedas soltar y confiar.
Mucha luz en tu camino,
Elena Santos
LAS HOJAS NO SE CAEN, SE SUELTAN
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja
“se cae” sino que llegado el escenario del otoño inicia la danza maravillosa del soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al desprendimiento. Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose a la sinfonía del viento traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación constante y contundente para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros.
Cada hoja al aire me está susurrando al oído del alma ¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!.
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente a la brisa de su propia entrega y libertad. Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento de creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima primavera.
Reconozco y confieso públicamente, ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, que soy un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas.
Tengo miedo ante la incertidumbre del nuevo brote. Me siento tan cómodo y seguro con estas hojas predecibles, con estos hábitos perennes, con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados,
con este entorno ya conocido…
Quiero, en este tiempo, sumarme a esa sabiduría, generosidad y belleza de las hojas que “se dejan caer”.
Quiero lanzarme a este abismo otoñal que me sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación.
Sé que cuando soy yo quien se suelta, desde su propia consciencia y libertad, el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
JOSÉ MARÍA TORO