Me imagino que después de mi blog pasado seguro te estas preguntando como van mis asuntos. Pues para tu tranquilidad te cuento que todo va mejor. Mi mamá ya salió del hospital, estoy trabajando mi duelo y poco a poco las cosas van tomando su cauce normal.
Volvemos a la rutina, a los caminos conocidos, a mi lugar seguro. Esto me pone a pensar en lo importante que es el mantener la estabilidad que nos dan las costumbres, los usos, la monotonía. A mi así me enseñaron.
Durante muchos martes de mi vida comí en casa de mi abuela, era una tradición imposible de romper. Todos sus hijos, sus nietos y algunas de sus hermanas comíamos juntos los martes.
Por supuesto, como en todas las familias mexicanas, que se respeten, cada quien tenía su lugar en la mesa. Un lugar sagrado que no podía por ningún motivo razón o circunstancia cambiarse, so pena de sufrir un castigo terrible.
Ese castigo venia de una creencia de mi bisabuela, que compartía el nombre conmigo, de que si te cambias de lugar en la mesa no van a encontrar tu lugar en el panteón.
Santo señor de Chalma. Me imagino que eso debe de haber sido terriblísimo porque nosotros jamás nos cambiábamos de lugar. Años me senté en el mismo lugar junto a las mismas personas, con la misma vista y en el mismo órden para que me sirvieran de comer. Esa era la ley.
Después de toda una vida de seguir esta regla de no cambiarme de lugar jamás, en toda la extensión de la palabra, un buen día tomando un taller nos dijeron cámbiense de lugar.
Noooooooooooo yo no puedo dejar mi adorado lugar. Nooooooooooooo la seguridad del universo y el que encuentren mi lugar en el panteón, lo que sea que eso signifique, dependen de MI LUGAR.
Pues con verdadero pánico me cambie de lugar y ¿qué crees? No paso nada, el sol siguió brillando y lo pude ver desde mi nuevo lugar. Entendí que en lo conocido no crezco, no aprendo, no puedo ver más allá.
Desde entonces mi vida es un constante cambio de lugar, me encanta ponerme en el lugar del otro y conocer nuevas formas de pensar. Sentarme en diferentes lugares y tener diferentes vistas, cambiar de horarios, de ideas, de rutas.
He descubierto que la vida es un flujo constante y que tratar de mantenerme estática mientras todo se mueve es un castigo mucho peor que el que no encuentren tu lugar en el panteón.
¿Tú que tanto te mueves, qué tanto cambias, qué tanto creces? ¿O prefieres quedarte estancado con la seguridad de que encuentren tu lugar en el panteón? Piénsalo…
Todas las bendiciones,
Elena Santos