Para que lograra poner perspectiva en el asunto y no rifara a su retoñito en tómbola navideña, le conté la historia que te voy a contar también a ti.
Hace unos añitos tuve la alegría de estar en el templo del Dios Cocodrilo a la orilla del río Nilo. Este templo era parte de las escuelas espirituales y esotéricas que dominaban el antiguo Egipto.
Fuera del calor africano, literal, que hacía, el templo es una mega chulada con inscripciones de arriba a abajo y con un bajorrelieve del Dios Cocodrilo de desmayarse. Pero el atractivo principal del templo era una gran alberca a la que tenían que meterse a nadar los iniciados.
Esto sonaría delicioso, dado el calor, si no fuera por el pequeño detalle que la alberca estaba llena de cocodrilos hambrientos que esperaban gozosos su cena.
Te preguntarás dónde estaba la enseñanza en eso. Los iniciados se meten a la alberca, los cocos se los meriendan, fin de la historia. Pero noooooo. Por supuesto que había un truquito, que los buenos alumnos tenían que deducir y aplicar antes de pasar a la barriga cocodrila.
La lección era ver cada situación a profundidad para poderla resolver de fondo y justo ahí estaba su salvación, en el fondo.
Los que nadaban hasta el fondo de la alberca, se encontraban con que había un hueco lo suficientemente grande para que entraran ellos pero no los cocodrilos.
Así que, desde el fondo pasaban a otra alberca, escondida por una pared en donde no había peligro.
Las mentiras, el sobrepeso, las adicciones, la rebeldía, la agresividad y demás monerías no son más que un síntoma de un problema mucho más profundo que necesitas sanar para que el síntoma desaparezca.
Cuando me clavo sólo en el síntoma, estoy desperdiciando mi tiempo y mi energía en el lugar equivocado.
Si de verdad quieres resolver, por piedad, deja el síntoma de lado, ve a la profundo y desde ese espacio, libre de cocodrilos, sana en amor.
Luz y bendiciones,
Elena Santos