Hoy quiero platicarte de mis errores pasados, dicen que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero a veces saber de los resbalones de los demás ayuda.
Hace algunos ayeres yo me creía la supervisora general de la humanidad. Yo pensaba que tenía la verdad absoluta y el derecho divino para juzgar, corregir y aconsejar a lo que se moviera, me lo pidieran o no.
Aprovechaba cualquier ocasión para ponerme la capa de súper héroe y rescatar a cualquiera que tuviera algún mínimo problema o incomodidad.
Obviamente, después de mis heroicos actos para salvar a mis congéneres, esperaba que los demás me agradecieran, que siguieran mis consejos, que me pagaran lo que generosamente les había prestado, aun cuando no me lo habían pedido, o bien que de perdis me hicieran un monumento en Paseo de la Reforma.
Como esto nunca pasaba y a pesar de mis valiosísimas intervenciones la gente seguía igual de jodida, o peor que antes, yo me ofendía muchísimo.
Me decepcionaba de toda la raza humana y caía en un rencor feroz que me duraba hasta que escuchaba la voz de alguna otra alma en desgracia. Entonces, corriendo me ponía la capa de super héroe, otra vez, y salía disparada a resolver al mundo entero.
Un círculo bastante enfermo que no me hacía feliz a mi, ni a ninguno de mis compañeros rescatados.
Así que, decidí colgar la capa for good. Decidí dejar que los demás existieran, que se equivocaran y que acertaran al enfrentar sus vidas y por primera vez me dedique a existir, a acertar y a equivocarme yo.
A vivir mi vida mía de mi.
Me di cuenta de que esa constante necesidad de resolver a los demás era el pretexto ideal para no resolverme yo. Para no voltear a ver todo el trabajo que me urgía hacer en mi y que me daba pánico enfrentar.
Vi también que cuando resuelvo los problemas de los demás, no los dejo crecer, les pongo redes para no tocar fondo y lidiar con sus consecuencias y les impido aprender a través de sus errores y por lo tanto los siguen haciendo una y otra vez.
Osea que rescatar a los demás no funcionaba ni para ellos ni para mi. Interrumpía mi camino de crecimiento y el de ellos.
Hoy se que puedo ayudar y aconsejar a los demás cuando me lo piden, reconociendo que tienen el sagradísimo derecho de hacer lo que se les pegue la gana.
Se también que no volveré a resolver los problemas de los demás porque eso los lastima a ellos, a mi y a la relación.
Hoy vivo y dejo vivir. ¿Y tú, dónde tienes la capa de súper héroe?
Luz en tu camino,
Elena Santos